¡Seréis como dioses!

La negativa a aceptar un código de ética para los medios de comunicación representa una amenaza para la sociedad y una posición personal de comodidad maquiavélica, donde se hace propia la frase del célebre Príncipe: “definirse es limitarse”.

La primera tentación lanzada sobre la humanidad sigue hoy causando estragos en nuestra sociedad, reafirmando que la soberbia es la gran amenaza, y más aún cuando ésta se da en los medios de comunicación.

Las declaraciones de un grupo de periodistas regiomontanos durante un popular programa televisivo local del domingo pasado, han reabierto una importante polémica: la ética en los medios de comunicación.

Ahí se dijo que la objetividad no era requisito del periodismo; que cualquier editorialista podía acusar o descalificar a alguien, basado simplemente en la subjetividad de su opinión.

Se afirmó que un periodista  no tenía por qué guardar respeto a nadie si no quería; que los valores son algo subjetivo y que, por lo tanto, no son aplicables a los comunicadores sociales.

Se dijo que los medios de comunicación no podían tener ética, ya que en esta ciencia normativa, lo bueno y lo malo son cosas relativas (“nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”).

Espectacular metamorfosis la que contemplamos ese día; los periodistas que parecían humanos terminaron auto-proclamándose dioses, seres perfectos, que nos sentenciaron: “la verdad soy yo”.

Afortunadamente, esta postura no fue compartida por al menos una minoría de los asistentes.

La propia libertad del ser humano determina que sus actos pueden recibir una calificación moral, es decir, que sean juzgados como buenos o malos; y aunque existen conductas en las que es difícil lograr acuerdos, en la gran mayoría del quehacer humano existe la posibilidad de alcanzar el consenso en la calificación de nuestro comportamiento.

Es más, la regulación moral ha sido, y seguirá siendo necesaria para el bienestar colectivo; donde las bases indispensables de todo juicio ético son: la objetividad, el desarrollo integral de las personas y la búsqueda del bien común.

Lo anterior significa, primero, que no podemos juzgar a organismo o persona alguna si nuestra crítica no está basada en hechos, o al menos, en un razonamiento sólido, ya que sólo se pueden emitir juicios con criterios meramente opinables cuando hablamos de algo subjetivo como la belleza, la música, el arte, etcétera.

Es más, en los asuntos subjetivos, no podemos emitir un juicio de valor único (exactamente lo contrario a las cosas objetivas); uno puede decir que le gusta más el rock que el jazz, pero no que el rock es bueno y que el jazz malo.

Así, todo juicio o acusación debe estar respaldado.  No se debe descalificar a nadie sólo porque “a mí me parece” o porque “me dijeron”.  La opinión debe justificarse.

En la libertad de expresión no caben el chisme ni la calumnia.

Segundo, es común juzgar algo como bueno o malo en función del resultado particular que eso haya tenido sobre una persona, ignorando si contribuyó o no a su desarrollo integral; si eso la ayudó a crecer como ser humano.

Por ejemplo, hay quienes juzgan como buena a la prostitución porque representa  una fuente de manutención para las mujeres que la ejercen.  La pregunta es: ¿esta actividad enriquece la condición humana de esas mujeres?; ¿es una actividad que deberíamos promover y enseñar a nuestras hijas?

Tercero, el bienestar de las personas no se puede dar independientemente del bien común; uno no puede buscar su beneficio a costa de los demás, pues imperaría la “ley de la selva”, y en el mejor de los casos, se dañarían los legítimos intereses de las minoría.

En conclusión: los periodistas, locutores y editorialistas, aunque sean excelentes, por su condición humana se equivocan como cualquiera; pero, además, desafortunadamente, hay algunos de ellos que ejercen la crítica de manera irresponsable, morbosa y destructiva.

Por lo tanto, es necesario establecer pautas de conducta para los medios de comunicación, reduciendo así el riesgo de que la sociedad pueda caer en manos de los mercenarios del rating.

La negativa a aceptar un código de ética para los medios de comunicación representa una amenaza para la sociedad y una posición personal de comodidad maquiavélica, donde se hacen propia la frase del célebre Príncipe: “definirse es limitarse”.

Finalmente, hay que tener claro que no tenemos por qué respetar  las ideas de los demás, pero a los demás —  por ser seres humanos —  hay que respetarlos siempre.

Por: Lic. Juan M. Dabdoub Giacoman

Periódico El Norte; Julio 27 de 2000