Cuando la impunidad nos alcance

Los mexicanos hemos vivido engañados por muchos años con el problema de la corrupción.

Al grado de que hablamos de nosotros mismos como si la corrupción fuera parte de nuestra idiosincrasia, como si fuera uno más de nuestros genes; incluso, hablar de ser corrupto forma parte del lenguaje coloquial de los mexicanos: “El que no transa no avanza”; “si no me lo friego yo, se lo friega otro, entonces, mejor me lo friego yo”; “robar no es vergüenza, vergüenza es robar y que te pesquen”…

Y al parecer no estamos tan errados, pues somos uno de los países más corruptos del mundo, ocupando el triste honor de estar a la cabeza de los 34 que forman la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos) de acuerdo con el informe de 2012 de Transparencia Internacional.

En ese mismo estudio, que cubrió a 174 países, ocupamos el lugar 105 (en comparación con Chile y Uruguay que ocupan el lugar 20); esto es, estamos dentro de la mitad más corrupta del planeta, habiendo obtenido una calificación de ¡3.4 sobre 10!

Pero la corrupción no es el problema, es sólo un efecto; es un efecto más de la impunidad, que es la verdadera causa de la mayoría de nuestras preocupaciones.

El verdadero origen de los grandes males de ésta Nación es la falta de castigo: la carencia de una tradición del imperio de la ley es la falta de un Poder Judicial fuerte.

La desconfianza en nuestro sistema de administración de justicia es tan alta que sólo se denuncia el 15 por ciento de los delitos (3 de cada 20); y del total de delitos denunciados, sólo reciben condena el 5.8 por ciento.

En síntesis, se castiga sólo el 1 por ciento de los delitos cometidos.

La eficiencia del marco legal mexicano ocupa el lugar 111 entre 134 países, de acuerdo al Foro Económico Mundial; esto es, que el marco legal de México está dentro del 20 por ciento de los más malos del mundo.

Esta deficiente operación del sistema de justicia mexicano es una invitación a delinquir, ya que se tiene el 99 por ciento de probabilidades de cometer un delito “exitosamente”.

Pero lo más grave es que este sistema de justicia de México ha creado cultura.

Nos hemos convertido en un pueblo que no está dispuesto a pagar las consecuencias de sus actos; y, peor aún, ni siquiera el precio de sus ambiciones.

De ahí viene esa “costumbre” de hacer las cosas “al ahí se va”, “al chile”, “a la mexicana”, etc., es el efecto más nocivo de la forma ineficiente con que opera nuestro Poder Judicial.

Es ese vivir en la zozobra por no saber si nuestro esfuerzo será reconocido o de no saber si va a venir un transa y se va a brincar la fila, a “fusilar” nuestro diseño, a copiar nuestra cotización, a sobornar al comprador, al secretario, al juez…

Nos angustia la incertidumbre de no saber si nuestro esfuerzo vale la pena; y eso desincentiva nuestro afán de superación.

Y si a esto le sumamos la tendencia educativa de los padres sobreprotectores, esos que sufren el síndrome de “que mis hijos tengan todo lo que yo no tuve”, la combinación puede llegar a ser fatal, pues es el camino perfecto al suicidio.

Muchos de nuestros jóvenes no entienden que todos sus actos en la vida tienen consecuencias; positivas o negativas, graves o leves, pero todos tienen consecuencias

Y cuando esto les es desconocido, no están dispuestos a pagar el precio de lo que desean y su capacidad para enfrentar la frustración, el fracaso, es mínima.

Quizá usted se siente ajeno a este entorno de impunidad, pero no olvide que vive en medio de él.

Y si lloró por la tragedia de los niños de la Guardería ABC o le horrorizaron las muertes del Casino Royale —producto del binomio impunidad-corrupción—, ojo, que eso también le puede pasar a usted, a sus hijos, esposa(o)… en el cine, la escuela, el supermercado.

Porque la impunidad genera corrupción y la corrupción engaño o irresponsabilidad, y de ahí surgen la falla, el error y muchas veces la tragedia.

Siendo más claro: usted puede haber enseñado a sus hijos a no beber y manejar al mismo tiempo, pero eso no quita que un día, a las 2 de la madrugada, vengan sus hijos sin haber bebido una sola copa, pero un borracho se pase un alto a 100 kilómetros por hora y se los mate…

Los padres debemos educar bien a nuestros hijos y al mismo tiempo preocuparnos porque el entorno donde van a convivir sea acorde a esa educación que damos en casa.

¿Terminamos con la impunidad?

El autor es presidente del Consejo Mexicano de la Familia. 

juan@confamilia.org.mx

Juan M. Dabdoub Giacomán

Opinión Invitada || Periódico El Norte (Grupo Reforma) || 27 Abr. 13